Discursos redentores
Pese a todo, muy pronto
surgió una leyenda, que aún circula y que, lejos del militar
africanista y fascista que rezuma el historial del carnicero
de Badajoz, nos lo presenta como un falangista crítico, rebelde e
incómodo para la jerarquía militar golpista y como hombre bueno y
generoso en el fondo que hasta se permite tener gestos para con los
rojos, por
quienes se preocupa; un hombre que, con el tiempo, incluso siente “lo
de Badajoz”.3
A ello ha contribuido no poco la entrada correspondiente al personaje
en el conocido Diccionario de la Guerra
Civil Española de Manuel Rubio Cabeza,
donde se dedica más espacio –nada menos que una cuarta parte del
artículo– a las declaraciones de abril de 1938 en Burgos que a los
tres hitos de la carrera militar del personaje: Asturias (1934),
Badajoz (1936) y Barcelona (1939). En 2009, recién demolido el
monumento que lo recordaba en San Leonardo, es su hija María Eugenia
la que vuelve al discurso de abril de 1938 para resaltar lo
fundamental: 1) los rojos son “españoles y por tanto valientes”;
2) “Vengo a pedir perdón por los que sufren, a tratar de sembrar
el amor y desterrar el odio, a restañar heridas” y 3) “Justicia
social amplia, jueces rígidos e incorruptibles, exaltación
patriótica constante, perdón caridad cristiana y nobleza castellana
serán las bases de la nueva España”.4
Sin embargo, solo seis meses antes, con motivo de la onomástica de
Franco, había manifestado públicamente en
su pueblo ante un auditorio afín:
...y al que
resista, ya sabéis lo que tenéis que hacer: a la cárcel o al
paredón, lo mismo da (risas y aplausos). Nosotros nos hemos
propuesto redimiros y os redimiremos, queráis o no queráis.
Necesitaros, no os necesitamos para nada; elecciones, no volverá a
haber jamás, ¿para qué queremos vuestros votos? Primero vamos a
redimir a los del otro lado; vamos a imponerles nuestra civilización,
ya que no quieren por las buenas, por las malas, venciéndoles de la
misma manera que vencimos a los moros, cuando se resistían a aceptar
nuestras carreteras, nuestros médicos y nuestras vacunas, nuestra
civilización , en una palabra.5
Este discurso nos devuelve al Yagüe
de la matanza de Badajoz, un Yagüe
paternalista, redentor y exterminador. De paso, este discurso lo
hermana con su conmilitón Queipo cuando
decía, con su desparpajo habitual y quién sabe si un tanto ebrio,
que puesto que su cargo no dependía del voto de nadie no tenía por
qué andar halagando a unos y otros; y también –inevitablemente
les salía la comparación– con el Sanjurjo
que con motivo de los sucesos de Castilblanco (Badajoz)
veía a los vecinos como rifeños.
La leyenda de Yagüe
forma parte de la leyenda de Badajoz
y en ella, como nos contó Alberto Reig Tapia,
interviene incluso su propio hijo, Juan Yagüe
Martínez del Campo, quien en 1979 –tras ver cómo José
Antonio Gabriel y Galán responsabilizaba a
su padre de 2.000 fusilamientos en Badajoz– mantuvo públicamente
que lo ocurrido en esa ciudad después de su ocupación debería
recaer sobre las nuevas autoridades y no sobre su padre, de quien por
supuesto refirió el inevitable discurso de abril de 1938 en pro de
los vencidos, que vendría a representar lo que la salvación del
ex-ministro cedista Manuel Jiménez Fernández
por parte de Queipo para sus familiares y
adictos, es decir, la buena acción redentora. Sin embargo, esa
responsabilidad que para el hijo de Yagüe finalizó “prácticamente a las veinticuatro
horas de haber sido conquistada la ciudad”, no sólo existió hasta
el momento de su partida a Mérida el día
18, tras las matanzas del 14 y 17 –recordemos que sólo después de
la salida de Yagüe se permite a la gente
moverse por la ciudad a partir de las 9 de la tarde y hasta las doce
de la noche– sino que no cabe disociarla del personaje que crea la
situación.6
Además, es la propia hoja de servicios del militar golpista la que
nos informa de que en los días siguientes al 14 “se procede a
continuar la limpieza, organización y defensa de la Plaza de
Badajoz”.7
Otra anécdota ilustrará cómo era el Yagüe
anterior a la supuesta conversión. Uno de los días que estuvo en
Badajoz, mientras desayunaba en la casa del doctor Pinna,
apareció el obispo Alcaraz. Yagüe
–quizás suponiendo el motivo de la visita– ni se inmutó. “¿Qué
quiere usted, Sr. Obispo?”, preguntó el militar. “Vengo a
interceder por los hermanos Pla, que los
van a fusilar”, dijo el obispo. A lo que Yagüe
respondió: “Para que otros como usted vivan hay que fusilar a
gente como ésta”. Estamos ante un anecdotario que siempre favorece
a los mismos, fabricado a su medida, y no faltará quien colija el
carácter justiciero y ecuánime del general falangista frente a la
petición del obispo, otro que acomete su buena
acción en medio de aquel baño de
sangre. De todo ello parece deducirse que tanto el militar como el
cura hubieran deseado en su fuero interno salvar la vida de los Pla,
pero que, conscientes de lo que estaba en juego, de sus sagrados
deberes, supieron sacrificar sus intereses personales en pro del bien
común. Como decía el fanático cura carlista Santa Cruz: “Yo
perdono, pero la Causa no”. Desde esta perspectiva el hecho de que
Yagüe se adueñara para su uso personal del coche particular de Pla
puede ser interpretado no como un vulgar robo fruto del botín de
guerra –unos robaban máquinas de coser y otros, coches– sino
como un sacrificio más de los que hubo de hacer a lo largo de la
ruta antes de que su entrega a la Patria minase supuestamente su
salud.8
3Sin duda, el más llamativo de
los defensores de Yagüe fue Julián Zugazagoitia, quien escribió:
“A la rendición de los republicanos siguió una represalia
colectiva de la que se hizo personalmente responsable, no sé bien
con qué fundamento, al general Yagüe. Dudo mucho, conociendo la
posición política de Yagüe, que le alcance responsabilidad en
semejante carnicería humana. Ella pudo haber sido obra de la
exclusiva iniciativa de algunos jefes de la Guardia Civil que,
derrotados por los republicanos y perdonadas sus vidas, se dedicaron
a madurar un odio monstruoso que había de fructificar en las
matanzas del coso taurino” (Julián Zugazagoitia, Guerra y
visitudes de los españoles, Crítica, 1977, p. 124). Es posible
que la clave de este texto se encuentre en la página 447 de la misma
obra, en la que Zugazagoitia reproduce un supuesto informe sobre un
plan de la oposición falangista contra Franco en el que el general
Yagüe jugaba un papel relevante: nada menos que el representante por
parte de los vencedores, junto con Indalecio Prieto u Ortega y
Gasset, en el consejo asesor del infante Don Juan. Desde este punto
de vista, políticamente, no era conveniente en ese momento (1939)
destruir a un personaje que podía ser útil.
4 M.E. Yagüe, “La Ley de Memoria Histórica y
el general Yagüe”, en Diario de Soria, 02/06/2009.
5 La cita, sacada del Diario de
Burgos de 08/10/37, procede de un trabajo inédito de Luis
Castro, quien tuvo la amabilidad de pasarme el discurso completo.
Seguía así: “Y cuando estén vencidos no saciaremos contra ellos
nuestra sed de odios y venganzas; al contrario, les daremos una
enorme cantidad de cariño, cariño con promesas de pan a los
obreros, que si alguna vez se convirtieron en bestias, fue acuciados
por la espuela hiriente del hambre y del abandono. Amor, mucho amor
para todos y ya veréis como así serán ellos los que vienen a
nosotro s y los que vestirán la camisa azul, no porque nosotros se
la impongamos sino porque ellos la pedirán. (...)”.
6 Alberto Reig Tapia, Memoria de
la guerra civil. Los mitos de la tribu. Alianza, 1999, pp.
116-117. El artículo citado del hijo de Yagüe apareció en Hoja
del Lunes de Madrid del 2 de julio de 1979. Esta misma teoría
fue utilizada posteriormente por el sacerdote neofranquista A.D.
Martín Rubio, quien mantiene que “atribuir a Yagüe una matanza
masiva y brutal sería tan injusto como olvidar la responsabilidad
directa de los que, tras su marcha, quedaron encargados del orden
público en Badajoz” (Paz, piedad, perdón... y verdad, Ed.
Fénix, Madridejos, Toledo, 1997, p. 244). Sin embargo, Martín
Rubio, como el objetivo no es otro que sacar a Yagüe de la escena
del crimen, se cuida mucho de decirnos quiénes fueron esos otros con
cuya responsabilidad carga Yagüe.
7 Archivo General Militar de Segovia, CG2, LL-30.
8 Según Luis Pla Ortiz de Urbina
estas declaraciones las realizó Yagüe años después ante militares
durante un concurso hípico celebrado en Cáceres. Fue el coronel
Juan José Botana Rose quien se lo contó a Pla. Otra fuente que
confirma dicho diálogo es el diario de la familia Pinna,
proporcionado por Matías Pinna a Luis Pla en septiembre del 2000.
Yagüe se alojó en Badajoz en la casa de doña Magdalena Gómez,
viuda de Lopo –en la calle Menéndez Valdés–, que era suegra del
doctor Fernando Pinna (Carta personal, 26/03/01).
Otras hazañas! Con
más muertos!
Desde Badajoz a Santa Olalla las matanzas siguieron y entre ellas
destaca la efectuada en Talavera de la Reina, de la que contamos con
la foto que fue portada de La columna de la muerte.1
Se trata de la calle Carnicerías. La propaganda franquista la
presentó siempre como la imagen de víctimas causadas por los rojos.
De hecho todavía hay quien lo mantiene, caso del ex director del ABC
de Sevilla Nicolás Salas. Excepcionalmente encontramos un testigo,
un niño de 11 años que presenció la masacre desde un portal. Las
víctimas eran campesinos, el día fue el de la ocupación de
Talavera y el responsable, Yagüe. El testimonio de Miguel Navazo,
nombre de aquel niño, fue reproducido en el libro. Esa sería la
foto que mejor muestra el programa de aquellas bandas fuera de la
ley. Por este crimen Yagüe también hubiera pasado por el banquillo
y hubiera tenido que escuchar cara a cara las declaraciones de los
testigos de aquella barbarie y las palabras de los familiares. Pero
la justicia no llegó nunca.
Una larga y complicada investigación permitió saber que el autor de
la referida foto no fue el fotógrafo sevillano Juan José Serrano,
que acompañaba a las columnas, sino Roland E. Strunk.2
Aparentemente se trataba del corresponsal del Illustrierter
Beobachter y del Völkischer Beobachter, diario oficial
del Partido Nacionalsocialista del que además era jefe de los
Servicios Extranjeros. Strunk era el más conocido de los
corresponsales nazis y ya había cubierto antes otras guerras de
agresión como la de Japón en Manchuria o la del fascismo italiano
en Abisinia cuando se incorporó a la del fascismo español en su
marcha hacia Madrid, marcha de la que escribió en alguno de sus
reportajes que se estaba haciendo pasando sobre “montañas de
cadáveres”.
Las fotografías que ilustraban sus artículos eran impresionantes y
mostraban que para un militar austríaco y nazi como él, perdedor de
la I Guerra Mundial y asimilado en la Alemania de Hitler al rango de
oficial de las SS (Hauptsturmführer), no había limitación alguna.
Pero había más. En realidad, según nos contó Paul Preston en su
obra sobre Franco, el capitán Strunk era consejero militar alemán
en España, donde se movía como pez en el agua. De hecho Preston,
basándose en John T. Whitaker, lo sitúa en contacto directo con la
cúpula golpista: Varela, Yagüe y Franco.3
1
F. Espinosa, La columna de la muerte. El avance del ejército
franquista de Sevilla a Badajoz, Crítica, Barcelona, 2003.
2
F. Espinosa, “Breve historia de una fotografía”, en Cuadernos
Republicanos, CIERE, Madrid, 2013, nº 81, pp. 77-105.
3
Preston, P., Franco “Caudillo de España”, Grijalbo,
Barcelona, 2002, P. 237.
Las columnas que mandó Yagüe, al mando de Asensio, Castejón y
Tella, tenían por costumbre acabar con la vida de todo oponente,
realizar alguna masacre de carácter ejemplarizante en cada lugar que
entraban, dejar un rastro de sangre por toda la ruta y eliminar a los
prisioneros. De ahí la absoluta desproporción entre las bajas de
los golpistas y las bajas gubernamentales. La razón es simple: las
columnas dirigidas por los africanistas no sólo iban realizando
brutales razzias en cada lugar que ocupaban sino que en su
avance no dejaban ni heridos ni prisioneros. Lo que los golpistas
llamaban bajas del enemigo incluían caídos en la lucha y
cientos de prisioneros aniquilados. Algún militar, caso de Varela en
su diario de operaciones, lo dejó anotado. Pero fue sobre todo un
capellán jesuita, Fernando Huidobro, el que nos dejó el testimonio
clave.
A Huidobro le cogió la sublevación en Friburgo, preparando su
doctorado en Filosofía bajo la dirección de Heidegger. Rápidamente
marchó a España y a finales de agosto se incorporó como capellán
a la 4ª Bandera de la Legión. Hablamos pues de la época en que
Yagüe estaba al frente de la columna. La particularidad de este
capellán es que en cierto momento, harto ya de lo que veía cada día
–sabía de lo ocurrido en Badajoz y fue testigo de la matanza de
heridos efectuada en el hospital de Toledo–, denunció las matanzas
indiscriminadas de heridos y prisioneros. Alarmado, llegó a escribir
que lo que estaba costando entrar en Madrid “es castigo por los
crímenes incesantes que se están cometiendo de nuestra parte” y
que “los fusilamientos sin tasa, en un número desconocido hasta
ahora en la historia, han traído el natural castigo”. Huidobro
reconocía haber sido testigo de muchos crímenes. En octubre de 1936
elaboró unas “normas de conciencia” sobre la aplicación de la
pena de muerte y las envió junto con las denuncias al círculo de
Franco, al Cuerpo Jurídico Militar, a Yagüe y a Varela. Todos ellos
dijeron compartir sus criterios cristianos. Huidobro no captaba que
esa gente no veía contradicción alguna entre vivir de acuerdo a
esos supuestos criterios cristianos y estar realizando al
mismo tiempo la mayor carnicería de nuestra historia contemporánea.
Para ellos lo que estaban realizando, con criterios que consideraban
justos y cristianos, era simplemente la desinfección del solar
patrio. Huidobro, que encontró la muerte meses después en las
operaciones en torno a Madrid, fue propuesto para beatificación y
canonización pero el proceso fue paralizado por el vaticano cuando
se supo que el disparo que acabó con su vida no vino de enfrente
sino de atrás, de un miembro de su propia compañía.1
1
Tanto la cita de la copia manuscrita de las Normas como las
referencias a sus avatares proceden de la información que
amablemente me pasó Hilari Raguer, caso del artículo de Rafael Mª
Sanz de Diego, S.J., “Actitud del P. Huidobro, S.J., ante la
ejecución de prisioneros en la guerra civil. Nuevos datos”, en
rev. Estudios Eclesiásticos, nº 235, oct.-nov. de 1985, pp.
443-484.
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