miércoles, 19 de marzo de 2014

YAGÜE Y LA COLUMNA DE LA MUERTE(Parte 1) Francisco Espinosa Maestre

 
Veamos en primer lugar algunos antecedentes del personaje. Los diez años clave de su formación militar, entre 1914 y 1924, es decir, de los 23 a los 33 años –había ingresado con 16 en la Academia de Infantería en 1907–, Yagüe los pasa con los Regulares Indígenas de Melilla y Tetuán. Y esto en un período en el que el país vive hechos de suma importancia como la crisis de 1917 y los desastres coloniales que conducen al golpe de Primo de Rivera. La juventud de Yagüe coincide con dos hitos del militarismo hispano como la Ley de Jurisdicciones de 1906 y las Juntas de Defensa de 1917. Todo ello configura bien lo que conocemos por los africanistas, una élite militar surgida al calor de las colonias africanas en pleno derrumbe del montaje de la Restauración. Recordemos que este montaje fue la respuesta de las clases de orden ante el intento de evolucionar en el sentido en que lo hacía ya entonces Europa. Y será con estos militares, que han visto como el Imperio se esfumaba y han vivido hechos como la derrota de Annual en 1921 a manos de los rifeños de Abd-el-Krim, con los que la II República deba contar para sus planes reformistas. 
El hecho que marca la vida de Yagüe es sin duda la ocupación de Badajoz y Talavera de la Reina al frente de las columnas enviadas contra Madrid desde Sevilla. Pero éste no se entendería sin otro previo: su intervención a las órdenes de Franco durante la revolución de Asturias de octubre del 34. El ministro Diego Hidalgo abrió las puertas del Estado Mayor Central a Franco, que ya no saldría de allí hasta las elecciones de febrero del 36 y que no encontró mejor solución para la crisis asturiana que echarles encima el Ejército de África con su amigo Yagüe al frente. Estamos ante el ensayo de lo que ocurrirá en julio de 1936: en 1934 primero vino la revolución y luego la represión militar; en el 36 será al revés. La derecha ve por fin la luz: Franco, los africanistas y su ejército se convierten en su esperanza. Además, el Ejército, que no sabe sino acumular derrotas desde tiempo inmemorial, encuentra por fin un enemigo al que puede vencer: el enemigo interno, que acabará siendo su único enemigo durante décadas.
Grande hazaña! Con muertos!

Y llegamos a Badajoz. Conviene aclarar la cronología: Yagüe sólo estará al mando de la Columna de la Muerte desde la caída de Mérida, en la que no intervino, hasta la de Maqueda. Es decir, del 12 de agosto al 20 de septiembre. La ocupación de Toledo se hace ya con Varela. Las razones por las que deja el mando en esa época –resulta difícil creer que fue por cansancio– constituyen un misterio. Luego seguirá de Jefe del Tercio y en diciembre volverá a tomar el mando de las columnas que rodean Madrid. Al final de la guerra lo veremos en la Plaza de Cataluña recién tomada Barcelona y luego vendrán las recompensas: Ministro del Aire (1940-1942), jefe del Xº Cuerpo de Ejército (1943) y Capitán General de la VI Región Militar (1943-1952) hasta su muerte. Pero son esos trescientos y pico de kilómetros los que cimentarán su leyenda. La matanza de Badajoz constituye uno de los grandes símbolos del ciclo de violencia abierto a consecuencia del golpe militar del 18 de julio. Fue clave por lo que tuvo de carácter ejemplarizante para las zonas aún no ocupadas y también porque, dada la cercanía de Portugal, fue la primera matanza de la que llegaron fotos y crónicas al extranjero.



 
De la ocupación de la ciudad sólo hay que decir que fue mistificada para engrandecer la hazaña de Yagüe y que en realidad sólo cabe catalogarla de sanguinaria chapuza. Una vez tomada la ciudad, Yagüe permanece en ella cuatro días, en los que tiene lugar el exterminio de cientos de milicianos, guardias de Asalto, militares, etc. En uno de los informes que Yagüe envía a Franco, entonces en Sevilla, le cuenta la operación y remite a un documento adjunto con detalle de bajas propias, cadáveres recogidos, armas capturadas al enemigo, etc. Pero este documento adjunto ha desaparecido. La Hoja de Servicios del militar golpista también es problemática: resulta evidente que no se trata de la original sino otra reescrita posteriormente. Una prueba de esto sería que da el número de 285 como el de bajas propias de la ocupación de Badajoz. Ese número es el que da también su biógrafo Calleja, cuando lo cierto es que fueron 185 (44 muertos y 141 heridos).1 Es imposible que Yagüe ignorara el número de bajas propias de la operación, por lo que hay que pensar que la cifra fue inflada adrede. La razón es simple. Carece de sentido alguno que en el ataque a una fortaleza los atacantes tengan muchas menos bajas que los atacados. Un testigo de los hechos, el propietario salmantino Lisardo Sánchez, que entró en Badajoz el 15 de agosto, dejó escrito: “Es algo horrible ver los muertos a montones por las calles. Tres días han tardado tres camiones en limpiar la capital de cadáveres, a pesar de colocarlos en posición vertical para poder transportar más al cementerio, donde eran quemados en imponentes montones”.

 
De lo que ocurrió en esos momentos da cuenta este testimonio sobre lo ocurrido en la plaza de toros:

A eso de las tres y media de la mañana [del día 15 de agosto] llegamos a la Plaza de Toros y los civiles se bajaron. Allí había muchos legionarios y Civiles, todos hablaban muy alto y se les veía muy nerviosos. (...). Nos dijeron que pusiéramos el camión dentro y entonces me fijé que en los chiqueros había mucha gente vigilados por legionarios y muchos gritaban y lloraban. Dentro del ruedo a mano izquierda según se entraba había varios muertos en fila y nos dijeron que los cargáramos en el camión y nos los lleváramos al cementerio. Un legionario sacó a dos presos y les mandó ayudarnos a cargar a los muertos. Esta vez no los conté porque me impresioné mucho, ya que aún estaban calientes. Recuerdo que uno de ellos se quejó al dejarle caer en la plataforma y un legionario sacó la pistola y le dio un tiro en la cabeza. Yo estaba muerto de miedo y no me atrevía ni a hablar. (...). Cuando terminamos [en el cementerio] nos dijeron que volviéramos a la Plaza de Toros y así lo hicimos. Al llegar de nuevo a la Plaza, aún de noche oscura, vi que había más guardias civiles y paisanos que antes. Algunos de los paisanos iban vestidos de falangistas. Desde los chiqueros salían muchas voces y la gente lloraba en su interior, junto a la puerta del túnel había dos legionarios de guardia que no decían nada. Pero los paisanos se reían mucho. (...). Dentro de la plaza había esta vez más muertos, pero no todos juntos, sino un montón aquí y otro más allá. Después supe que los sacaban por tandas y los iban fusilando. Aquel día dimos lo menos seis viajes y después ya no mataron a nadie más, pero nos mandaron recoger por las calles a los que allí había, que en algunos sitios estaban amontonados como si en vez de personas fueran animales. También hubo otros recogiendo muertos y los militares recogían los suyos, (...), a los paisanos los fuimos dejando a las puertas, en el descampado donde habíamos dejado a los primeros. Hacia las tres de la tarde había muchísimos allí. Ese día terminamos hacia las cuatro de la tarde y nos dijeron que al día siguiente 16 estuviéramos en la Plaza de Toros a las cuatro de la mañana y un paisano que más tarde se hizo falangista pero que antes no lo había sido y que vivía en la calle Menacho nos dijo que había `...que seguir haciendo el arrastre...´. 2
Una cifra probable de personas asesinadas en Badajoz entre el 14 y el 17 de agosto, con Yagüe como jefe supremo, estaría entre 1.200 y 1.500. De ellas sólo llegarán a inscribirse una de cada cinco (en Sevilla 1/6). Sólo con esto Yagüe hubiera engrosado la lista de criminales de guerra del siglo XX y hubiera acabado en el banquillo de haber existido la ocasión. Pero no fue sólo eso. Yagüe, como coordinador del golpe en el norte de África, fue responsable de todos los asesinatos allí habidos desde el 17 de julio. 

1 Calleja, Juan José, Yagüe, un corazón al rojo, Ed. Juventud, Barcelona, 1963.
2 Se trata de un testimonio anónimo de indudable interés recogido por Francisco Pilo Ortiz, reproducido en su obra Ellos lo vivieron (Ed. del Autor, Badajoz, 2001, p. 151 y ss.). Lo curioso del caso es que este
mismo autor se ha convertido posteriormente en uno de los voceros más estridentes y agresivos de la versión que minimiza la matanza, llegando a bautizar a la Columna de la Muerte como la Columna de la Vida.

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